San Bernardo de Claraval, llamado el “último de los Padres” de la Iglesia, nació en 1090 en Francia, en una familia numerosa y discretamente acomodada.
Bernardo luchó contra la herejía de los Cátaros, que despreciaban la materia y el cuerpo humano, despreciando, en consecuencia, al Creador.
En 1145, un alumno suyo, Bernardo Pignatelli, fue elegido Papa con el nombre de Eugenio III, en calidad de Padre espiritual, escribió a este hijo espiritual el texto Consideratione, que contiene enseñanzas para poder ser un buen Papa. Eugenio convocó a la 2 Cruzada y pidió a Bernardo que la predicara, este, hizo hincapié sobre el hecho de que tomar la cruz era un medio para lograr la absolución de los pecados y alcanzar la gracia.
El 31 de marzo, en presencia del rey Luis, predicó ante una gran multitud en el campo junto a Vézelay. Bernardo, predicó a los príncipes y aristócratas presentes en la asamblea quienes se postraron a los pies de Bernardo para recibir la cruz de peregrinos.
Pero fue la gente común la que dio muestras de mayor entusiasmo. San Bernardo escribió al papa pocos días después: «Abrí la boca, hablé, e inmediatamente los cruzados se multiplicaron hasta el infinito. Las aldeas y villas están vacías; apenas hay un hombre por cada siete mujeres. Por todas partes se ven viudas, cuyos maridos aún viven».
Solo Jesús es «miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón”. “Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús”. De aquí proviene el título, que se le atribuye por tradición, de Doctor mellifluus.
En el siglo XII, el Cardenal Pietro Pierleoni, compró el papado con enormes sobornos a los electores y se hizo llamar Anacleto II, fue un antipapa que reinó desde 1131 hasta su muerte, la verdadera iglesia en tanto, eligió al cardenal Gregorio Papareschi como papa quien tomo el nombre de Inocencio II, lo que produjo un cisma; mientras, la secta de los «Albigenses» preparaba, en secreto, la más gigantesca revolución conocida hasta entonces con el fin de desintegrar al cristianismo, y destruir la Iglesia y Los valdenses de Lombardía pedían la salida de la Iglesia Romana, argumentando que ya no era la Iglesia de Jesucristo, sino que estaba gobernada solamente por escribas y fariseos».
Pierleoni tenia el apoyo de Guillermo X de Aquitania, contra el consejo de sus propios obispos, y el influyente Rogelio II de Sicilia, cuyo título de «Rey de Sicilia» Anacleto había aprobado poco después de ascender al trono papal, y que se había casado con la hermana de Pierleoni, también lo apoyaba.
Inocencio se vio forzado a dejar Roma e ir a vivir a Pisa, mientras Anacleto ocupaba Roma. La iglesia parecía que pronto iba a desaparecer a manos de los herejes y los Usurpadores.
Fue cuando San Bernardo de Claraval dejó su monasterio y defendió Inocencio II, se recorrió Europa desde 1130 a 1137, explicando la verdad a monarcas, nobles y prelados.
Su intervención fue decisiva en el concilio de Estampes, convocado por rey francés Luis VI, consiguiendo los apoyos de Enrique I de Inglaterra, el emperador alemán Lotario II, Guillermo X de Aquitania, los reyes de Aragón, de Castilla, Alfonso VII, y las repúblicas de Génova y Pisa. Contra el usurpador y los reyes inicuos que lo apoyaban. Finalmente, Anacleto fue rechazado como papa y fue excomulgado.
Inocencio II pudo entonces regresar a Roma y gobernar la iglesia. El Papa convocó el Concilio de Letrán II en el 1139 y reiteró las enseñanzas de la Iglesia contra la usura, la boda de los clérigos y otras novedades introducidas por Pierleoni.
Mientras tanto Santo Domingo de Guzman predicó una cruzada contra los albigenses que fueron convertidos al Catolicismo y el papa Lucio III excomulgó a los Valdenses en 1184 y el obispo de Lyon los expulsó de la diócesis. Sin embargo estos movimientos dieron origen al protestantismo.
“En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si tu la sigues, no puedes desviarte; si la rezas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta…” Oracion de San Bernardo.