La palabra «monacato» deriva del latín, monăchus, y a su vez del vocablo griego, μοναχός, que significa «el que vive solo».
Monja es una mujer que ha sido consagrada dentro de una orden religiosa que sigue habitualmente una vida monástica, y se acoge a una serie de reglas, entre las cuales suelen estar el celibato, la obediencia, la pobreza, la castidad y, en algunos casos, aislamiento total de la vida civil, conocida como clausura. El equivalente masculino es fraile o monje.
La vida religiosa «no comenzó con la marcha de los monjes a las ardientes arenas del desierto, en pleno siglo IV. La Iglesia primitiva había conocido la existencia de vírgenes y ascetas célibes, que vivían en sus casas, en las ciudades, y que se reunían con los restantes miembros del Pueblo de Dios en torno a la Eucaristía
La misma virgen María vivió y se preparó en el templo de Jerusalén desde los 3 años y según revelaciones de Anna Catalina Emmerick había consagrado su virginidad a Dios.
“La Iglesia, con sabia providencia, defendió en el orden exterior esta profesión cenobítica (experiencia anacorética de aislamiento) de las Vírgenes con leyes de clausura cada vez más severas. Y en cuanto al orden interno, de tal manera ordenó su género de vida, que casi insensiblemente fue delineando, en forma clara y perspicua, en sus leyes y en la ascética religiosa, el tipo de Monja o de Religiosa dedicada totalmente a la vida contemplativa, bajo una rígida disciplina regular”. Pío XII,
Se conoce como Ammas o madres del desierto a las primeras mujeres ascetas que, al igual que los padres del desierto, abandonaron las ciudades del Imperio romano y zonas aledañas en el siglo IV para ir a vivir en las soledades de los desiertos de Siria y Egipto. Este movimiento eremítico en el cristianismo nace a fines del siglo III y principios del siglo IV, particularmente tras la paz constantiniana, luego de que se promoviera la tolerancia religiosa con el edicto de Milán (313), y se lograra la unidad ideológico-administrativa a través del Concilio de Nicea. A las madres del desierto hizo referencia Paladio de Galacia en su Нistoria Lausiaca, compuesta entre los años 419 y 420 d.C., obra de gran importancia para el estudio del monacato oriental.
Pacomio (286-346), fundó dos cenobios de mujeres, siendo su hermana María la abadesa. La obra literaria de Atanasio de Alejandría (296-373), quien dirigió a las mujeres que llegaban desde otras tierras en busca de esa vida religiosa de la que tenían noticia, se centraba en reglas sobre la virginidad y el celibato. Así surgió el ascetismo urbano de vírgenes, que disponían de rentas suficientes como para viajar, vinculadas a alguna iglesia. Después la vida en cenobios y en monasterios dúplices, fue regulada por escrito por los fundadores, sin hacer especial distinción entre varones y mujeres.
Jerónimo de Estridón (340-420) ofició de guía espiritual de un grupo de mujeres piadosas pertenecientes a la aristocracia romana, entre ellas las viudas Marcela de Roma y Paula de Roma (ésta, madre de la joven Eustoquio a quien Jerónimo dirigió una de sus más famosas epístolas sobre el tema de la virginidad). Las inició en el estudio y meditación de la Sagrada Escritura y las instó a seguir los consejos evangélicos, acompañados de ayunos, cánticos de los salmos, obras de misericordia, y el abandono de las vanidades del mundo. El centro de este movimiento de espiritualidad femenina se hallaba en un palacio del Aventino, en donde residía Marcela con su hija Asella. San Jerónimo llevó a este círculo de mujeres romanas las prácticas ascéticas de los monjes de Oriente y les dirigió cartas de doctrina espiritual que fueron publicadas. Esta actividad de dirección espiritual de mujeres le valió críticas de parte del clero romano, llegando, incluso, a sufrir la calumnia y la difamación.
Finalmente, se instalaron en Belén en el verano de 396, donde se constituyeron dos comunidades, una masculina y otra femenina.
San Ambrosio (340-397) dejó escrito que llegaban mujeres de lugares lejanos para recibir los hábitos. Bajo su dirección se fundaron varios monasterios de mujeres, en uno de los cuales se recluyó su hermana Marcelina con su compañera Cándida.
San Agustín fundó entre los años 393 y 397, el monasterio femenino de Hipona en el que ingresaron su hermana, que fue directora hasta su muerte, y algunas sobrinas hijas de su hermano. Fue San Agustín quien usó la terminología monachae, moniales, vírgenes o sanctimoniales para denominar a las religiosas. También escribió el Ordo monasterii para sanctimoniales, un reglamento monástico que establecía como persona de mayor autoridad jurídico-espiritual el prepósito, un monje encargado del mantenimiento de la disciplina y de la formación espiritual de las hermanas. Las cuestiones que no fueran del máximo interés eran competencia de la prepósita.
Las sanctimoniales se preparaban para enseñar catequesis a otras mujeres. En el monasterio convivían las discípulas que podían elegir entre el matrimonio y la vida religiosa. Agustín dispuso que las monjas trabajasen confeccionando prendas de lana que vendían a los monjes. También dispuso que estudiaran y tuvieran biblioteca, similar a las de los monasterios femeninos de Roma inspirados por San Jerónimo, en donde algunas monjas traducían y hablaban correctamente el hebreo. Para San Agustín, la virginidad era un estado que estaba por encima de los demás.
“Las mujeres que profesaban virginidad, las cuales tendían ya desde antes a una vida común, apartada lo más posible del trato con los hombres, así por el amor a la soledad como por defenderse contra los gravísimos peligros que les amenazaban de todos lados en la corrompida sociedad romana, muy pronto imitaron la vida cenobítica, y se refugiaron a ella casi todas, favoreciendo a esto las circunstancias, y dejando generalmente solo para los varones el género de vida solitaria”. Pío XII,
En el siglo VI San Benito fundó en Montecassino una comunidad, los benedictinos, y estableció reglas de convivencia que luego sirvieron de base para otras órdenes. También abrió cerca un convento con la misma regla, llamado Piumarola, del que su hermana Escolástica, que había sido consagrada al servicio divino desde niña, fue abadesa. La regla benedictina fue acogida por la mayoría de los monasterios fundados durante la Edad Media. El papa Gregorio I fomentó la construcción de monasterios y el modelo de vida monacal de santas y santos cuyas vidas relató.
Santa Hildegarda fue una abadesa, líder monástica, mística, profetisa, médica, compositora y escritora alemana. Todo esto lo hizo en su condición de monja acogida en el monasterio de Disibodenberg, que era masculino, junto a otras reclusas en una celda anexa bajo la dirección de Jutta de Sponheim. En 1115 la celda se transforma en un pequeño monasterio para poder albergar el creciente número de vocaciones.
La Revolución Francesa, el liberalismo decimonónico, decretaron la disolución de las órdenes religiosas y la exclaustración de los monjes y monjas.
Bonifacia Rodríguez Castro, la “monja obrera” beatificada por Juan Pablo II,y canonizada por Benedicto XVI, había fundado en 1874, una congregación religiosa dedicada a dar trabajo manual a las mujeres. Durante un tiempo, las compañeras de la orden prefirieron abandonar este tipo de labores para ser maestras, hoy en día cuenta en diferentes partes del mundo con colegios pero también con talleres de ayuda a las mujeres inmigrantes y a las prostitutas.
La madre Laura en Colombia se dedica a la evangelización de los indígenas, fue canonizada por el papa Francisco en 2013 junto a los ochocientos santos italianos de la ciudad de Otranto, asesinados (la mayoría de ellos decapitados) por los turcos otomanos en 1480, por negarse a convertirse al islam.
Las monjas están obligadas, por deber de conciencia, no sólo a ganarse “ honestamente con el sudor de la frente el pan con que viven” sino también a hacerse cada día más hábiles para las diversas obras según lo exigen los tiempos.
El pueblo ha visto en Santa Teresa de Jesús la santa del buen humor, de la gracia y del donaire. María de la Encarnación nos dice que «era muy discreta, y alegre con gran santidad, y enemiga de santidades tristes y encapotadas, sino que fuesen los espíritus alegres en el Señor, y por esta causa corregía a sus monjas si andaban tristes, y les decía que mientras les durase la alegría les duraría el espíritu».
La vida de sacrificio y penitencia no la consideraba reñida con la alegría. Tanta importancia daba a la hora de la recreación como a la de la oración.
Gozaba de gran libertad para hablar de sí misma, de sus dolores y achaques. Bromeaba con la Inquisición, ponía apodos con gracia. Al pintor Fray Juan de la Miseria, que la retrató, le dijo: «Dios te perdone, Fray Juan, que ya que me pintaste podías haberme sacado menos fea y legañosa».
Un grupo de matrimonios americanos que regresaban a su patria acudió a visitar a la Madre Teresa. Al despedirse le pidieron un consejo para su vida de familia. «Sonrían a sus mujeres», dijo a los hombres. «Sonrían a sus maridos», dijo después a las mujeres. Extrañado alguno de ellos, preguntó a la religiosa: «¿Usted está casada?». Y la Madre Teresa, sin perder la sonrisa, sorprendió a los presentes con esta respuesta: «Naturalmente que estoy casada. Y créame que no siempre me es fácil sonreír a mi marido. Porque Jesús es un esposo muy exigente.