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Caridad ágape

La caridad en griego agapë, “amor fraternal”, en latín: caritas, amor en español moderno; es aquella virtud teologal por la cual se ama a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión.

La caridad es la virtud cristiana por excelencia (1 Cor. 13,13), el fin de la misma Ley (1 Tim. 1,5) y el vínculo de toda perfección (Col. 3,14). El mismo Cristo nos dice en el Evangelio que la caridad constituye el primero y el mayor de todos los mandamientos (Mt. 22,38) y que de ella pende toda la Ley y los Profetas (Mt. 22,40).

Como es sabido, la caridad, aunque es una virtud indivisible, abarca tres campos u objetos materiales muy distintos: Dios, nosotros mismos y el prójimo.

La caridad nace del amor de Dios a los humanos, y de la respuesta del hombre a ese amor.

La palabra « agapé » En oposición al amor indeterminado expresa la experiencia del amor que ahora ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta. Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca. Benedicto XVI

La caridad es una amistad entre Dios y el hombre, que importa una mutua benevolencia fundada en la comunicación de bienes. Por eso la caridad supone necesariamente y es inseparable de la gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos de la gloria.

La moral cristiana es «el movimiento de la criatura racional hacia Dios» y la caridad es el principio de este movimiento.

En primer lugar hay que amar con amor de caridad y con todas nuestras fuerzas al mismo Dios (Filip 26,1-3), y después a todos aquellos seres que son capaces de la eterna bienaventuranza, por el siguiente orden:

1º. Nuestra propia alma, que participará directamente de esa eterna bienaventuranza (25,4; 26,4).

2.° Nuestros prójimos (hombres y ángeles), compañeros nuestros en la bienaventuranza eterna, de la que participarán también directamente (25,1 y ro; 26,5).

3.° Nuestro propio cuerpo, que participará indirectamente de esa misma felicidad eterna por redundancia de la gloria del alma (25,5; 26,5).

4º. En cierto sentido, incluso las cosas o seres irracionales, en cuanto ordenables a la gloria de Dios y utilidad del hombre (25,3).

5º. Los pecadores no pueden ser amados en cuanto tales, pero sí en cuanto criaturas de Dios, capaces todavía de la bienaventuranza por el arrepentimiento y penitencia de sus pecados (25,6).

6º. Por su definitiva obstinación en el mal, que les hace absolutamente incapaces de la eterna bienaventuranza, no es lícito amar a los demonios y condenados del infierno. Amarles a ellos sería injuriar a Dios, a quien odian con todas sus fuerzas (25,11 c. et ad 2).

Por #bottegadivina

Bottega Divina es un Canal dedicado a aplicar la tradición moral Cristiana a situaciones críticas en la política y la sociedad. Abogamos y velamos por la aplicación de los principios fundamentales de la sociedad, como el derecho natural, en los ámbitos políticos y sociales.

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